Mide tus palabras

Relatos de Aster Navas

Wednesday, October 19, 2005

Días de cole

"Tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela"
Bernard Shaw


Tras los estudios primarios mis padres confiaron mi educación a los piadosos padres menesianos. Así, los que en mi adolescencia me enseñaron Latín, Geografía o Matemáticas fueron hombres de rigurosa sotana y gesto severo que imponían en las aulas una disciplina y un silencio casi castrenses.La única revolución posible era la de la palabra. Aquellos profesores a los que –lo que guste mandar, Don Servando; ¿Da usted permiso para ir al baño, Don Bruno? ; No volverá a ocurrir, Don Claudio- nos dirigíamos con servil reverencia, eran, en los conciliábulos de los cambios de hora, en los patios y en las puertas de los baños, objeto de mofa: a sus espaldas les llamábamos El Pikolín, El Locomotoro, El Simca, El Tutiplén; esos nombres eran nuestra forma de vengar tanto tedio.
Muchos de aquellos motes los habíamos heredado de quienes durante generaciones habían ocupado nuestros mismos pupitres; otros eran de nuestra propia cosecha. Lo cierto es que el fraile recién llegado no tardaba en tener un apodo cruel como una navaja oxidada.
Con Ricardo todo fue diferente: nadie hubiera imaginado que aquel tipo en vaqueros era un miembro más de aquella severa orden religiosa. Con él aprendimos, aparte de Historia, tolerancia y flexibilidad.
Desde el primer día nos pidió que lo tuteáramos y no tardó en ganar nuestra confianza: era un hombre de mirada condescendiente, tenía el pelo largo y silbaba por los pasillos canciones de Nino Bravo. Le escuchábamos –“poneros en el lugar de los mayas”- fascinados rehacer la historia.
Fue una lástima que aquella tarde de mayo hiciera tanto calor y estuviéramos tan alterados; fue una verdadera lástima que a Ricardo se le acabara por fin la paciencia y diera aquel golpe en la mesa con la intención de controlar una clase que se le iba de las manos.
A partir de mañana haré que esto funcione como un cuartel –dijo rojo de ira. Y de ahora en adelante me llamaréis con Don.
A pesar de que de cuando en cuando perdía los papeles, Don Ricardo –El Condón- fue uno de mis mejores maestros.

Friday, October 14, 2005

El hombre del tiempo

El tipo, menudo y achaparrado, no tenía la apariencia de mago, adivino ni zahorí. No tenía en los ojos una fuerza especial, movía las manos con una torpeza descorazonadora y hubo que ayudarlo a colocar aquel baúl en medio de la plaza.
No perdió el tiempo en presentaciones y en medio de un silencio clamoroso abrió la tapa del arca y extrajo de ella unas katiuskas y un impermeable.
Se calzó y se vistió con una absurda premura, miró al cielo y abrió un paraguas de fieltro bajo el cielo raso.
Llovió durante dos semanas mansamente; se llenó el pantano y concluyó la pertinaz sequía.

El forastero vivió desde entonces en palacio con su mágico equipaje. Durante años se vistió según las necesidades del reino, asegurando la siega y la vendimia. Durante años tuvimos nieve en Enero y un tibio sol en mayo. Durante años el invierno no fue excesivamente severo ni la canícula demasiado rigurosa. Durante años el crudo viento del nordeste fue una brisa tenue que apenas alteraba a las veletas.

El monarca, tan vanidoso, le pidió un día disfrutar de la playa en Febrero.
Los trigos, majestad, esperan la lluvia para espigar; ya os bronceareis en julio –le repuso convencido.

El hombre del tiempo fue ajusticiado y desde entonces el rey dispuso a su antojo de su vestuario.

Es una pena que a las infantas les haya apetecido esquiar en Mayo: estaban ya tan hermosos los naranjos…

Fábula del arrendajo y la veleta

El resto de pájaros solía preferir los cables del tendido, las antenas, las chimeneas. Sólo el inquieto arrendajo se posaba sobre aquella oxidada veleta.

La veleta era para el arrendajo una atalaya excelente; de la veleta partía y a la veleta volvía una y mil veces.
El arrendajo embellecía el desnudo brazo de la veleta; ésta lo sujetaba orgullosa, como quien muestra un tesoro.

Aquel matrimonio tan bien avenido naufragó una tarde de Noviembre:
No paras en casa –dijo la veleta al pájaro reprochándole tanto trajín.
Pues a ti te dan a veces unas ventoleras… –respondió el pájaro afeándole a la veleta su volubilidad.

Esa misma tarde el arrendajo se apoyó en la parabólica. La veleta, despechada, le dio la espalda aprovechando el inesperado viento del nordeste.

Tras la torre de la iglesia se agazapaba el invierno.