Mide tus palabras

Relatos de Aster Navas

Monday, May 30, 2005

Por mí

(El niño 1 ha contado hasta cien y va en busca de sus compañeros. El niño 1 ha ido dando cuenta del niño 2, del niño 3, del niño 4, del niño 5 y del niño 6. Todos se acaban yendo a casa al no aparecer –se toma tan a pecho el escondite- el niño 7. )

NIÑO 7. Pormíyportodosmiscompañerosypormíelprimero ( Grita afirmando la mano sobre la quinta columna de los soportales y sonríe satisfecho. La calle ha cambiado extrañamente como –aquel bloque de oficinas antes no estaba; tampoco aquella mercería- si hubiera pasado mucho tiempo.
Sólo al hacer mutis por el foro se detiene y repara en su corbata y en su traje gris marengo)

Friday, May 27, 2005

Mi diario

Yo, Pablo Barbeito, salgo en los papeles. No, no soy una celebridad ni un personaje pero los diarios me reservan siempre –Pablo Barbeito acude al dentista; Barbeito se baña en la playa; Barbeito se corta el pelo- un espacio en alguna de sus páginas pares.
La primera vez que me vi en el periódico –Don Pablo Barbeito juega a la petanca- me sentí halagado pero bastaron un par de días para que me angustiara: no me sentía perseguido ni acosado por ninguna cámara pero me inquietaba que la prensa aireara –Pablo Barbeito de compras en el súper- mi vida privada.
Decidí llamar a EL ECO pidiendo explicaciones. Una telefonista me pasó con un supuesto alto directivo que me atendió –claro, amigo, no volverá a ocurrir- con ese tono inconfundible que se emplea para despachar a los locos. No sólo no me hicieron caso sino que a partir de ese momento las noticias –Barbeito bebe más de la cuenta; Barbeito tiene problemas de sobrepeso; Barbeito malgasta su sueldo- se volvieron agresivas. Las imágenes, claramente manipuladas, me mostraban bebiendo una pinta de cerveza, luciendo una tripa innoble o pegado a una máquina tragaperras.
Aquello me pareció excesivo y puse el tema en manos de un abogado que –no sabe cuánto lamento no poder ocuparme de su caso…- me acompañó hasta la puerta de su despacho con esa deferencia que reservamos para los pirados.

Decidí entonces que no iba a regalarles ni una sola imagen más y me encerré –Pablo Barbeito no ha acudido hoy a la oficina- en mi domicilio con la esperanza de acabar con aquel reality show. EL ECO, sin embargo, continuo dando cumplida cuenta –Barbeito prepara un pésimo arroz con setas; Barbeito abusa de los somníferos- de mi vida doméstica y me mostró en bata y zapatillas.
Me presenté en la redacción del tabloide, destrocé un par de ordenadores y exigí hablar con su Director: el tipo –mañana mismo, señor Barbeito, zanjamos este tema- me miró con esa sonrisa condescendiente que reservamos para los sonados y me regaló un cohiba.

Les he vuelto a llamar a media mañana: no me gusta nada la foto con que ilustran mi esquela.

Tuesday, May 24, 2005

Diana

El paje, un doncel de quince años de nombre Edmond, se dejó poner sobre la cabeza una manzana Golden y se encomendó a Saint Etienne.El arquero tomó entonces de su carcaj una de las saetas, humedeció su áspid entre los labios, la ajustó delicadamente a la ballesta y apuntó hacia el objetivo. El dardo cruzó El Salón de los Requiebros, apagó con su rebufo las velas de un candelabro de alpaca y rompió el corazón del fruto que quedó ensartado sobre un precioso tapiz florentino que reproducía las murallas de Carcasonne.
Doisneau; Marcel Doisneau. Medalla al mérito en la batalla de Poitiers, cruz de plata en las justas de Avignon, flecha de honor en Savigny -se presentó el tirador, dando por suyo el trofeo: la mano de la princesa Margueritte.
Aún no se habían acallado las muestras de admiración cuando el segundo doncel se colocó sobre los cabellos una ciruela Claudia y se encomendó a Sant Antoine. El arquero tomó una de sus flechas, recorrió su tallo con la yema de los dedos, la apoyó sobre la cuerda y la lanzó hacia la diminuta esfera. El venablo describió una línea perfecta, despeinó a Mme Givenchy y reventó la fruta.
Tavernier; Pascual Tavernier. Real caballero de Santiago,lis de oro en los Juegos de Vichy, Primera Ballesta de Bayonne –se descubrió el tipo volviendo goloso los ojos hacia la infanta.
Se mandó coronar la cabeza del último muchacho con una picota. Mientras el joven se encomendaba a Saint Maurice, el tirador escogía una saeta de cedro y enderezaba las plumas de su culatín.Tensó el arco y el afilado dardo, olvidándose de la cereza, se escoró hacia el flanco derecho, rozó la nariz de Mme Grenouille y atravesó limpiamente la garganta del rey.
Brosseur; Patrick Brosseur. Aficionado...

Thursday, May 19, 2005

Arma blanca

El año de gracia de 1348, Issik Kul, señor de Laodicea, tomó Tiemecén. Sus soldados dieron muestras de una brutalidad innecesaria pues los tiemecinos carecían de tropas: sólo un centenar de campesinos se enfrentaron a los intrusos con aperos de labranza.
Lo cierto es que la población fue sojuzgada y su soberano, Ibn al Jatib, desterrado.
Nadie reparó en la determinación del monarca derrocado cuando salió camino de la lejana Venecia. Al séptimo día –durante una semana bebió, comió y fornicó con una pasión incomprensible- abandonó la ciudad de los canales y embarcó hacia Damasco.
Llegó a Laodicea –la fiebre le nublaba los ojos- con el tiempo justo de besar a una doncella y ahogarse en el aljibe.

La peste asoló aquella ciudad como el más cruel de los ejércitos.

Wednesday, May 18, 2005

La extraña pareja.

(Hombre y mujer apostados en el alféizar de una ventana. El sol de media tarde ha tomado la ciudad y da gusto estar así, mano sobre mano, entreverados los ojos. La calle se muestra extrañamente vacía: ni coches ni peatones)

HOMBRE. Un día de estos (por su tono diríase que intenta impresionar a su esposa) me armo de valor y salgo de casa.

MUJER. (Aferrándose a su brazo) No digas (por su mirada, se siente orgullosa de su marido) tonterías.

(Unos inesperados pasos sobre la acera interrumpen la conversación de la pareja. El caminante avanza con pies de plomo. De vez en cuando se detiene como si no supiera por dónde continuar su camino. A doscientos metros del súper el asfalto se abre y lo devora.

Anochece.)

Un hombre de leyes.

Guárdate del día en que no tengas nada que lamentar.

Proverbio uzbeco.








(Consulta de un neuropsiquiatra. Desde el diván malva fija sus ojos en el techo un paciente: la semipenumbra del cuarto le invita por fin a la confidencia).

PACIENTE. Desde hace días, doctor, me encuentro exultante. Me levanto convencido de que todo va a salir perfecto. Se ha apoderado de mí (habla ahora con voz temblorosa, como empañada por un incomprensible pánico) un optimismo irrefrenable: todo va a ir bien...

DOCTOR. (Descolocado) Pero eso... es fantástico, amigo mío. Es usted (adopta ahora con el enfermo un tono confidencial) un hombre afortunado. Se lo digo yo, Ferratti; Braulio Ferratti.

PACIENTE. (Incorporándose) Se equivoca, doctor. Soy un hombre desahuciado. Se lo digo yo, Murphy. Ed Murphy.

Monday, May 16, 2005

De cómo Doña Elvira conoció varón

El quince de Agosto del año de gracia de 1594, el Duque de Biescas irrumpió en el convento de las devotas madres clarisas donde su primogénita era educada. Besó Don Cleto a su hija ceremoniosamente y le entregó un relicario de alpaca con la imagen del hombre con quien esa misma tarde contraería matrimonio por poderes. La muchacha, siempre dócil a los dictados paternos intentó sorprender en aquel grabado algún detalle al que aferrarse pero lo cierto es que el dibujo no resultaba demasiado elocuente. Tendría –su flamante esposo ostentaba al otro lado del océano el virreinato de Antigua- tiempo más que suficiente para imaginarlo.El caso es que Doña Elvira compuso un par de baúles y, subida a mujeriegas a un garañón, partió del monasterio una mañana de otoño. Hizo el camino hasta Sevilla con una novicia y dos mozos de cuerda. Estos bregaban con bultos y bestias y la monja, siguiendo órdenes de la madre abadesa, ponía al tanto a la recién casada sobre las servidumbres del matrimonio. El caso es que la sor le expuso con tal crudeza y desacierto los detalles de la cópula conyugal que la joven a punto estuvo de arrojarse por algún cortado de Despeñaperros, segura de que esa muerte sería menos traumática que su noche de bodas.Hizo falta mucha mano izquierda para calmarla y embarcarla en el Virgen de Begoña, una nao de tres palos fletada por la Casa de Contratación.El contramaestre del barco le hizo un retrato más detallado de su marido. Por él y por el resto de la marinería supo que Don Álvaro Barbián Landaluce era un hombre de considerable envergadura y de acero fácil. Su temeridad le había convertido en el hombre ideal para fundar y defender ciudades en medio de una selva poblada de alimañas y de insurgentes indígenas.El caso es que una mucama le abría un mes más tarde el portón de un palacete azul desde cuyos balcones se dominaba la catedral colonial y la Plaza de Armas. La mulata acompañó a su nueva ama por el distribuidor de la tercera planta y la acomodó en una habitación de techos inalcanzables y luz inaudita. Doña Elvira, aterrorizada, decidió encerrarse en aquel aposento pretextando cansancio, jaquecas y un comprensible mal de altura.A la tercera noche oyó gritos por el pasillo; el pestillo no tardó en ceder. El hombre cerró entonces con una inesperada delicadeza la puerta tras de sí y acercándose a la mujer incorporada sobre el lecho se hurgó entre las calzas: la muchacha vio que agitaba en sus manos una culebra imposible de hocico húmedo y se parapetó tras la almohada.Coméosla….. –susurró Don Álvaro blandiendo un sexo enorme.¡Que no me coma…! ¡Que no me coma…! –gritó fuera de sí Doña Elvira huyendo despavorida de la estancia.

Tuesday, May 10, 2005

Cuento de la lechera.

Iba una lechera camino del mercado. El cielo –en Abril tan voluble- estaba despejado y el sol empezaba a calentar.
Con el primer sofoco a la buena mujer le dio por pensar que con aquellos calores el contenido de su cántara fermentaría en un par de horas y que suerte tendría si lo vendiera a la mitad de su precio a algún mayorista sin escrúpulos. La fatalidad querría que ese mercader fuera proveedor del alcázar y que el duque desayunara esa leche a la mañana siguiente.
El noble, entre estertores, mandaría prender al comerciante y éste no dudaría en dar su nombre a la justicia. La arrestarían al ocaso y tras un juicio rápido y sumarísimo la darían garrote en la Plaza de los Curtidores.
Pensando en esto decidió verter la leche en una acequia y emprender el regreso a casa. El cielo –en Abril tan voluble- empezaba a encapotarse y el frío viento del Nordeste le hizo avivar el paso.

Murphy.